Se esté o no, del lado de Keynes, el análisis macroeconómico tiene un antes y después con la Teoría general del empleo, el interés y el dinero. Los argumentos en contra se centran en la falta de micro fundamentación para derivar los conceptos agregados y en que este les otorga a los políticos las bases para utilizar la teoría económica a su favor, el papel activo de la política fiscal; de aquí proviene el dicho: “Todo político tiene a un keynesiano atrás”.
Al contario, aquellos que arguyen a su favor utilizan como pilar fundamental: la falta de pragmatismo de los clásicos en su modelo general; para estos, el producto se determina únicamente por la tecnología y los insumos de producción. En cambio, Keynes, le concede a la demanda agregada un rol activo para dinamizar la economía.
Aunque los contextos difieren entre 1936 y el 2021, tienen algo en común: la crisis y su alto desempleo, baja producción, expectativas hacia a la baja y demás repercusiones. La demanda keynesiana nace específicamente para argumentar que, durante recesiones, dado que ninguna otra variable tiene fuerza por sí sola, el gobierno debería encargarse de aumentarla y a grandes rasgos tienen dos maneras de hacerlo, política monetaria o fiscal, es decir, inyectar dinero o incrementar el gasto y reducir impuestos.
Sin embargo, la historia ha sido demoledora; la inyección monetaria sin sustento genera ciclos con periodos de recesiones más fuertes que los de auge, y esto se traduce a una tendencia de la producción a la baja, lo cual fue demostrado por Friedman y Schwartz. Tanto es así, que desde los años 80 la profesión se ha inclinado hacia la estabilidad de los precios como objetivo central de la política monetaria y Costa Rica no es la excepción; nuestra entidad encargada propone lo siguiente: “El Banco Central de Costa Rica es la organización cuyo principal objetivo es controlar la inflación (…)”.
Entonces, quedamos con una alternativa, la política fiscal. Según las escuelas partidarias de la demanda agregada, en recesión, se requiere una política expansiva para dinamizar la actividad a corto plazo. Empero, la reducción de impuestos en nuestro país es un tema tabú y prácticamente imposible de pensar debido a la situación de las finanzas públicas; por ende, después de ir descartando posibilidades para Costa Rica, quedamos con el aumento del gasto gubernamental y he aquí el gran dilema: la interpretación falaz.
El aumento de este se ha traducido, debido a la absurda exégesis de algunos directores de política económica, en un incremento de los salarios públicos, tanto por el crecimiento del aparato estatal como por el del ingreso en sí; como Eliécer Feinzaig comentó en su artículo Sinsentido Común en La Nación: “(…)como sugiere la teoría keynesiana, según la entienden quienes adquirieron sus conocimientos de economía en el Rincón del Vago y, hoy, hacen política pública en Costa Rica (…)”. Estos han malinterpretado el concepto de gasto gubernamental keynesiano como el equivalente a que cualquier aumento de este es deseable.
En crisis y si se parte de modelos económicos que se coadyuvan con regímenes políticos, la teoría propone, para suavizar el mal momento, una perturbación exógena positiva por parte del gobierno; sin embargo, esta debería centrarse en aumentar productividades, como bien argumentó Edgar Robles en junio del 2019, en su artículo sobre el crecimiento de la productividad total de los factores. Además, la teoría es clara, el salario como precio del mercado de trabajo depende positivamente de las productividades; un aumento de estas llevará irrefutablemente al incremento de los estipendios, no al revés.
Proyectos de gasto gubernamental como: carreteras, escuelas, centros de salud, trazabilidad del sistema educativo, digitalización de trámites burocráticos, disminución de la cuantía de impuestos (¡cómo es posible que tenemos 105 impuestos y, solo 10 de ellos, representan el 90% de la recaudación!, por lo tanto, hay tributos que nos salen más caros cobrarlos que lo que se recauda), son aquellos que tenemos que priorizar porque sí están bien dirigidos, al mediano plazo se compensa el gasto inicial.
Sí está la posibilidad de política fiscal expansionista, procuremos que sea gasto sensato y eficiente, enfocado en aumento de productividades, con proyectos que generen empleos, competencia y en última instancia, que mejoren las expectativas de las personas porque, según Keynes, la racionalidad del ser humano se cae cuando entran los espíritus animales y en crisis, si la irracionalidad puede llegar a dinamizar la economía, es preferible un poco de esta.
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