Grosso modo, una economía que se encuentra en un estado de relativo uso eficiente de sus insumos de producción y ojalá sea esta capital intensiva, debería promover el ahorro para que – junto con los mecanismos adecuados de política económica y regulaciones racionales – se utilice este posteriormente para invertir. Dicha inversión, la cual en macroeconomía se define como la acumulación de capital (productivo), se empleará – en los siguientes periodos – para producir. Esto es, impulsar de manera absoluta el crecimiento. Sin embargo, ¿existen situaciones en donde ahorrar, aunque sea por un periodo corto de tiempo, no es lo propicio?
La Paradoja del Ahorro keynesiana, que curiosamente funciona como contraargumento a los modelos estáticos sin micro fundamentación por el lado del consumidor, de Keynes, expone un caso, para una economía cerrada y bajo ciertos supuestos, en donde un aumento de la propensión marginal a ahorrar – ceteribus paribus – y por lo tanto un incremento del ahorro total (además, por condición suficiente a una caída del consumo), lleva en el “mediano plazo”, paradójicamente, a una reducción del ahorro total. Este entendido, de manera contable y sintetizada, como la diferencia de los ingresos (PIB) con el consumo y el gasto de gobierno.
Directa e inicialmente, la economía percibe un aumento del ahorro total. A su vez, la demanda agregada sufre una contracción, sinónimo de una caída del producto, al corto plazo. He aquí la paradoja: si el ahorro es, teóricamente, una proporción del ingreso y este último cayó debido a un aumento del primero, ¿qué sucede con el ahorro total? ¿aumenta o disminuye? Parte de la respuesta radica en la cuantificación de los mecanismos endógenos que tienen las economías para suavizar los shocks de demanda. La caída del consumo debido a la perturbación exógena, generalmente es menor que la del producto (intuitivamente, la primera variable afectada recibirá un mayor daño) y esto, a gran medida, se da por la función de la tasa de interés como variable de transición intertemporal y de relación entre mercados (precio de los fondos prestables), y por el rol de las expectativas sobre el consumo e inversión.
La vigencia de este contrasentido se da por dos razones: (1) expectativas negativas debido a la pandemia y a la situación de las finanzas públicas (las calificadoras de riesgo califican – valga la redundancia – a Costa Rica de grado especulativo o de no inversión, aunque el ministro de Hacienda siga expresado su desagrado con la metodología utilizada). Cuando la economía sigue su curso tradicional, de crecimiento relativamente estable y con expectativas positivas, en donde los agentes tienen incentivos a consumir e invertir tanto hoy como mañana, el ahorro se utilizará -como se mencionó al inicio – posteriormente para dinamizar la economía. No obstante, en un contexto como el actual, donde el gasto agregado se mantiene a la baja y por ahora no pareciera haber un repunte significativo, promover el ahorro retrasará la recuperación del producto. Por lo que, podríamos encontrarnos ante la situación paradójica.
(2) El mínimo histórico de nuestras tasas de interés, que supone algo similar a una trampa de liquidez: situación en la cual el interés no funciona como variable clave del dinamizo económico. Cuando cae la demanda agregada, reducciones de los rendimientos mitigan los “golpes” al producto, vía relación inversa con la acumulación de capital (productivo). Una caída del ingreso genera presiones a la reducción de los rendimientos por la contracción de la demanda por liquidez. Sin embargo, cuando los intereses son tan bajos, que seguir reduciéndolos no tiene efecto sobre las demás variables económicas, este precio deja de ser una variable de equilibrio, tanto en la parte real, como en la monetaria, de la demanda agregada. Por lo tanto, no se mitiga el golpe inicial exógeno del consumo y el efecto en el producto puede llegar a ser casi idéntico. Por lo que podríamos encontrarnos – como en el caso anterior – ante la situación paradójica.
¿Qué dicen los datos?
En el sistema financiero nacional, el ahorro – como agregado de los depósitos en colones – viene en aumento desde enero del 2020, tanto es así, que julio del 2021 presentó una variación interanual por encima del 30%; a su vez, la formación bruta de capital fijo a precios constantes, según el Banco Central de Costa Rica (BCCR), muestra una caída interanual del 16,9% en el primer trimestre del 2021. El consumo final de los hogares disminuyó en 0,5% respecto al primer trimestre del 2020; es decir, este efectivamente cayó, no únicamente se redujo su tasa de crecimiento interanual.
Además, desde finales del 2019, el BCCR, implementa una política monetaria expansiva y contracíclica, que se extendió y agudizó en marzo del 2020 debido a la pandemia. Esta llevó al mínimo histórico del ancla del sistema financiero, la Tasa de Política Monetaria (TPM), la cual se encuentra en 0,75%. Consecuentemente, se tradujo de manera significativa, en la Tasa Básica Pasiva, que se ubica por debajo del 3%; a estos niveles, se puede comenzar a sospechar de una posible trampa de liquidez. A su vez, los estimadores empresariales del Índice de Confianza del Consumidor (ICC), señalan que los empresarios están considerablemente peor ahora, que hace 12 meses y que sigue habiendo incertidumbre sobre la situación en el próximo año. Datos, que en su conjunto, evidencian lo inefectivo de las tasas de interés para mitigar los posibles golpes al ingreso, dadas las actuales condiciones económicas.
En síntesis, la Paradoja del Ahorro – como la mayoría de los conceptos teóricos en economía – presentan un marco analítico, aplicable bajo ciertos supuestos y periodo de tiempo, para: ordenar ideas, definir relaciones causales, buscar variables explicativas, dilucidar perturbaciones exógenas, encontrar posibles soluciones y ofrecer respuestas. De una manera más pragmática y aristotélica, se ofrece sustento teórico a la política económica, apoyo que – con frecuencia en nuestro país – pareciera fútil.
El gobierno sigue gastando ineficientemente (¡sí, el gasto de gobierno reduce el ahorro total, pero un gasto sinsentido empeora, como todos sabemos, las cosas!), los impuestos caen si cae el ingreso, las personas – si nos encierran – no vamos a consumir y las empresas, menos. Al nivel de tasas de interés actual y con nuestra calificación de riesgo, son pocos los que desean ahorrar en colones (las diferentes mediciones de premios por invertir en nuestra moneda se mantienen negativas o en 0), lo cual al menos generaría dinamismo del sector real como consecuencias de los movimientos de la demanda por liquidez. El BCCR mantiene la política monetaria expansiva, pero no se traduce a un aumento significativo de la inversión. El país ahorra como subproducto de la pandemia y de la falta de confianza en nuestra propia economía, pero si nos siguen incentivando a no gastar o invertir, ni Solow, ni Keynes, ni David Romer, van a poder resolver nuestra situación. ¿Será que – aunque poco romántico – le hacemos caso a los clásicos ortodoxos, dejando de intervenir en la economía, y que las fuerzas de mercados nos guíen? Para terminar con un matiz más filosófico, les pregunto: ¿Es análoga esta paradoja en nuestro país a la kafkiana del centinela y la puerta de la ley, un cuento con demasiadas posibilidades, y especialmente sin un final claro?
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