La característica distintiva entre los países que han llegado a ser ricos de aquellos que no lo han logrado aún, se debe al crecimiento de la productividad, la cual según la literatura económica está determinada principalmente por la capacidad de innovación de estos países. Así, la innovación favorece la productividad y ésta el crecimiento económico, es decir, el contar con un pastel de mayor tamaño.
Lo anterior es de suma importancia para una mayor inclusión social, ya que sin un importante incremento de la productividad será muy difícil sostener un mayor nivel de gasto social y menos aún generar mejores empleos, que son claves para disminuir la desigualdad. Ello sólo será posible con un fuerte aumento de la productividad, donde la innovación es el factor que permite generarlo.
Por otra parte, es importante tener presente que la falta de innovación es un síntoma del problema de la escasa inclusión social, no necesariamente su causa. Por ello, debemos trabajar en lograr una mayor inclusión social (mayor acceso a oportunidades educativas, trabajo, salud, vivienda, seguridad, entre otras, en especial de aquellos grupos más vulnerables) si queremos aumentar nuestra capacidad nacional de innovación. Así, trabajar para reducir la exclusión social, facilitaría tener mejores condiciones para la innovación y por medio de esta, tener una mayor productividad y un mayor crecimiento. Este tipo de políticas, en adición a políticas que promueven directamente la innovación en los sectores productivos, permitiría alcanzar un desarrollo económico más inclusivo. Es decir, una transformación de la estructura productiva que facilite la producción de bienes y servicios de mayor valor y más competitivos.
Ahora bien, para poder alcanzar mayores capacidades de innovación a nivel nacional, es necesario atacar las principales causas de la exclusión social, entre ellas, la falta de competencia en los mercados, lo cual reduce la oferta, calidad y aumenta los precios; la corrupción, la cual es el principal enemigo de la innovación y causa principal de la desigualdad de oportunidades (véase el estudio del Fondo Monetario Internacional: The Cost of Corruption). De hecho, la corrupción implica un gasto improductivo, ya que no genera ningún bien o servicio de valor para la sociedad. La corrupción desalienta el esfuerzo innovador al facilitar que por medio del favor político (proteccionismo, monopolios, restricciones a la competencia en general, etc), algunas empresas operen de manera ineficiente pero con grandes beneficios económicos en detrimento de la mayoría de los miembros de la sociedad. Además de lo anterior, existe el problema de la ineficiencia estatal y la malversación de fondos públicos, debido a la falta de una institucionalidad apropiada -instituciones, leyes y reglas del juego claras, controles y rendición de cuentas- (véase el estudio del Banco Interamericano de Desarrollo: Mejor Gasto para Mejores Vidas. Como América Latina y el Caribe puede hacer más con menos). Todo esto desfavorece la innovación y reduce las capacidades del sector público para promover la inclusión social.
Para complicar aún más la ecuación, poco haríamos con solo combatir la exclusión social para aumentar las capacidades nacionales de innovación, se requieren también políticas que favorezcan el esfuerzo innovador de todos los actores de la economía. Para ello es imprescindible asignar cuantiosas sumas de dinero a este fin. No es un tema menor, sabiendo que avanzar en esa dirección requiere realizar esfuerzos que no van a rendir fruto en el corto plazo y ciertamente implica destinar recursos que hoy disputan otros problemas que políticamente son urgentes. Sin embargo, la historia nos muestra que, enfrentados a coyunturas similarmente dramáticas, países como Finlandia, Irlanda, Taiwán o Corea del Sur, tuvieron el coraje de entender que no hay atajos para el desarrollo. Estas naciones destinaron, y siguen destinando, significativos recursos públicos para estimular la innovación, formar y atraer talento, y fortalecer sus capacidades científico-tecnológicas. Sus esfuerzos no tuvieron frutos inmediatos, pero hoy los resultados están a la vista.
Así las cosas, para aumentar la innovación y por ende un mayor crecimiento inclusivo, no se trata solo de asignar más recursos para apoyar los esfuerzos de innovación de los diferentes actores de una economía, sino también de potenciar la inclusión social para contar con personas con mayor capacidad de llevar a cabo diversos procesos de innovación; los cuales nos permitan enfrentar con éxito tanto retos económicos como sociales y ambientales: mayor competitividad, cultivos de alto rendimiento que utilicen menos agua y menos agroquímicos, embalajes de bajo costo que no utilicen plástico y que sean bio-degradables, desarrollo de nuevas fuentes de energía, mayor acceso y uso de la tecnología digital para extender el uso de la telemedicina, etc.
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